Actualmente, la solución a casi todos los problemas sociales existentes en nuestro país es la educación; al menos así lo plantean los numerosos personajes políticos que han desempeñado, desempeñan o desean desempeñar algún puesto político dentro del gobierno. Candidatos a presidente, alcalde, diputado e incluso representantes; todos aseguran, en sus discursos de campaña electoral, que la educación es la solución. Para toda clase de problemas: el desempleo, la maternidad y paternidad irresponsable, la delincuencia, la violencia, la corrupción; la educación es la solución, repiten los susodichos. Envíen vuestros hijos a la escuela, al colegio y también a la universidad; así serán personas de bien, pues recuerden que la educación es la solución, sentencian. Y nosotros, simples ciudadanos enfocados en los problemas cotidianos de la subsistencia, también repetimos esta afirmación sin cuestionar su validez; sin meditar que (si bien la educación puede ser la solución) es posible que el remedio esté mal formulado, planteado y aplicado. Quizás la solución no radique en educar o no, sino en ¿Cómo está conformado ese proceso educativo? ¿Qué enseña? ¿A quiénes enseña? Y ¿Para qué enseña?
De hecho, confiamos ciegamente en un sistema educativo que en la práctica no brinda buenos resultados. La violencia y la corrupción podrían interpretarse como síntomas de un fallido proceso de interiorización de los valores morales necesarios para la convivencia en sociedad. Creemos fervientemente que basta con asistir a un centro de enseñanza y obtener un título académico para ser una persona educada y, por consiguiente, ser un ciudadano de provecho para el país. Cada día se gradúan profesionales tan faltos de ética y con una moral tan retorcida, capaces de utilizar sus conocimientos para sembrar miseria y sufrimiento a su alrededor sin remordimiento alguno. Basta con observar diputados, ministros y funcionarios que en reiteradas ocasiones, protagonizan vergonzosos números de corrupción y descaro; curioso es que después de haber dedicado una gran parte de sus vidas en adquirir una educación superior sean, en la mayoría de los casos, victimarios de su sociedad. Y es que en casos como estos el individuo solo aprendió a desempeñar un trabajo técnico o científico, pero no desarrolló una conciencia sobre lo que está bien y lo que está mal; si causa daño o no causa daño; no conoce el altruismo, su existencia gira en torno al egoísmo, buscando únicamente la satisfacción de sus deseos sin importar a cuántas personas lastime en el proceso, cual patógeno que arrasa terriblemente con la salud de su infortunado huésped.
Les aseguro, estimado lector, que muchos de vuestros abuelos no recibieron una educación superior y en algunos casos, ni secundaria; sin embargo, lograron engendrar y criar una generación con tasas de violencia y delincuencia mucho más bajas que las de la actualidad. Si bien en el caso mencionado ayudaron otros factores sociales propios de su época; cabe hacer la comparación. Quizás, nuestro problema podría estar en que si escrutamos cuidadosamente el plan curricular de hace treinta años, materia por materia, veremos que hasta hoy se sigue implementando un método muy parecido, haciendo énfasis en el contenido conceptual (el saber): ciencias naturales y exactas, ciencias sociales e idiomas; quedando cada vez más relegadas los contenidos procedimentales y actitudinales. Ese currículo académico funcionó en aquella época, pero nada lo obliga a funcionar en la nuestra. La educación podría ser la solución, pero no la educación que están recibiendo nuestros jóvenes actualmente. Nuestro plan curricular es arcaico y no responde a las realidades y exigencias del siglo XXI. El sistema educativo debería, principalmente, inculcar en nuestros ciudadanos la convicción de la superación y realización personal.
¿Qué enseñar? Enseñarles, primaria y secundariamente, cómo vivir en sociedad, cómo lidiar con los problemas que plantea nuestro sistema social, con cátedras que ayuden desde desarrollar su interacción y convivencia social con otras personas, hasta inculcar una formación política temprana; de modo tal, que sean ciudadanos atentos y participativos capaces de elegir a sus gobernantes por la preparación y méritos, y no por las dádivas de campaña electoral que éstos ofrezcan a cambio de votos. Además, es necesario que se les hable de dinero a nuestros jóvenes ¿Cómo administrarlo? ¿Qué importancia tiene? Pues el sistema político de nuestro país le confiere, inexorablemente, al dinero la cualidad de brindarnos una calidad de vida buena o mala, dependiendo de cuántos poseamos.
¿A quiénes enseñar? ¿Alguna vez alguien ha muerto por no entender la teoría de la relatividad? Quizás sí o quizás no; pero deben de ser muchos más los que han muerto y mueren a diario por trastornos anímicos como la depresión que, en ocasiones, conducen al suicidio. Enseñarles a cómo sobrellevar la frustración, cómo resolver de buena manera los problemas de la vida cotidiana. A llevar relaciones sentimentales sanas, libres de inseguridades y ataduras que conduzcan a los celos y al sufrimiento emocional; seguro estoy, que se evitarían un sinnúmero de crímenes pasionales. Clases que incentiven al desarrollo de la inteligencia emocional son indispensables para formar personas aptas para la vida.
Finalmente ¿Para qué enseñar? Por un lado, es entendible que el Estado busque por medio de la educación obtener el mayor provecho de cada ciudadano; sin embargo, solo se está formando mano de obra calificada destinada a cumplir una función laboral en la sociedad, permaneciendo cada vez más tiempo en una oficina o aula de clases y mucho menos tiempo con su familia, amigos o consigo mismo. Enajenándose, cada vez más, de su propia felicidad y goce. Todo por la promesa de obtener, gracias a la preparación académica, un buen trabajo con una buena remuneración y así, una mejor vida; valorando, de este modo, a las personas por lo que tienen y no por lo que son. Sumergiéndolos, consciente o inconscientemente, en un consumismo que los lleva a sacrificarse, estudiando y ejerciendo trabajos que no entienden ni gustan, tan sólo por unos dólares más.
Definitivamente la educación es la solución, pero la elemental, aquella que forja el carácter del individuo y le enseña a discernir y a ser autocrítico; la que contempla los aspectos básicos de la vida mencionados anteriormente. Cada persona es única e irrepetible, por lo tanto es erróneo pensar que todos deben transitar y disfrutar un proceso de 4 o 6 largos años para poder gozar de una “buena vida” al ostentar el título de licenciado. Muchos lo intentan, lo disfrutan y lo logran; otros lo intentarán sin éxito, o en caso de lograrlo se preguntarán constantemente, una y otra vez, día tras día: ¿Para qué estudié esta mierda?
¿Y tú para qué estudias?
Abrenuncio de Sa Pereira Cao