No soy puta, soy mujer que resiste y lucha…

“En la mayoría de las personas, presumo, el cuerpo precede al lenguaje. En mi caso son las palabras las que vinieron en primer lugar; luego, tardíamente, aparentemente con repugnancia y ya vestida de conceptos, vino la carne. No es necesario decir que la carne ya estaba estropeada por las palabras”.

Yukio Mishima, El Sol y el Acero.

El trabajo sexual, primer trabajo socialmente remunerado en el que la mujer es cotizada y explotada, no existe otro ser que pueda ser remplazado en este oficio como la mujer, pero ¿a  qué responde? ¿Qué se esconde detrás de un trabajo tan polémico y a la vez tan apetecido por sus clientes?

Hablemos desde lo cotidiano, no ocupamos ser muy buenas observadoras y oyentes para sentir el bombardeo de palabras como “puta, zorra, hijo de puta, fácil, cualquiera” palabras muy fuertes ofensivas para quien las recibe, etiquetas de día a día que se dirigen hacia nuestro cuerpo.

Dejando en evidencia que las mujeres somos impactadas, vigiladas, deseadas, sometidas, manipuladas, cercadas, rechazadas en y por nuestro cuerpo; pendiente no de sus deseos sino de la mirada de los otros que lo define, construye o destruye ideológica, social, cultural y sexualmente.

Así que ante la mirada de los demás las mujeres somos putas desde el momento en que construimos nuestra feminidad a partir de los otros, la vivencia se expresa de formas distintas y nuestras decisiones en esta sociedad  recaen en las miradas de los otros.

¿Pero qué pasa con las mujeres, que asumen esta etiqueta desde el trabajo cotidiano? La mujer trabajadora sexual utiliza este cuerpo vigilado y censurado como herramienta de trabajo así como una agricultora utiliza su machete, ambas son igualmente explotadas, como mujeres madres, esposas, amas de casa, y como trabajadoras dentro del sistema económico, pero el mundo las percibe de distinta manera. Esa mirada que juzga se manifiesta en la culpa, la vergüenza que llega a esconder el trabajo sexual.

Por lo tanto no es casualidad que la sociedad siga negando la existencia del trabajo sexual, a pesar de que ha existido a través de nuestra historia. Aquí es donde entra el tema de la resistencia, una resistencia y lucha que se ve consolidada en la organización pero su accionar fortalece y es constante en la cotidianidad, el enfrentamiento a una sociedad juzgada, que señala dentro de su doble moral la existencia de una mujer polarizada entre madre, esposa, virgen y la “puta”.

Lo que intento decir es que esa violencia a la que han sido sometidas las mujeres ejerciendo “el oficio más viejo del mundo” se comienza a romper desde lo simbólico, la palabra, por lo que se deja de lado el uso peyorativo de puta o prostituta y se comienza a legitimar el labor que se realiza como trabajo sexual, esta ha sido el inicio de una serie de reivindicaciones en materia de derechos. La clandestinidad y las condiciones en las que ejercen las mujeres trabajadoras sexuales en Costa Rica, están relacionadas con el  cumplimiento de los mandatos culturales de la feminidad, el ser para otros y destinada a la sumisión, elementos esenciales del ser “puta”, no existen las mujeres partidas en pedacitos, o de diversos tipos, somos completas diversas, en resistencia con una  lucha en común.

Karina Acuña Salas

Colectivo Mujer Ser

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